Las nuevas condiciones de trabajo implican una triplicación de los esfuerzos que deben realizar los docentes: para planificar en la diversidad según medios materiales de acceso, para aprender nuevas herramientas y adaptarlas al proceso didáctico, y para cumplir con los horarios de clases, consulta, corrección y devolución.

La interrupción de la asistencia a las clases implica una adaptación repentina y sin escalas a formas de transmisión de conocimiento para las cuales había escasa preparación. Insertos en un contexto de desigualdad estructural, ni docentes ni estudiantes comparten realidades a lo largo y ancho del territorio nacional.

Para empezar, existen condiciones materiales urgentes que imposibilitan o significan una seria dificultad para el acceso a la educación a través de plataformas virtuales.

A comienzos del año pasado, sólo el 61% de los hogares en el país disponían de conexión a internet fija. Sin embargo, un 79% de los argentinos tiene acceso internet cuando se contempla el acceso a través de la telefonía móvil, algo que por sí solo no resulta óptimo para la dinámica de la educación a distancia.

Tan sólo esta condición ya sitúa un enorme obstáculo en el diseño de estrategias para la educación. Esta diversidad de condiciones materiales no debe tenerse en cuenta sólo a un nivel macro, sino hacia el interior de la misma aula también. ¿Cómo hacer cuando, por ejemplo, la mitad del curso puede sentarse al frente de una computadora, pero la otra mitad no?

Desde el gobierno se ha reconocido esta situación y se han diseñado herramientas para intentar abarcar la totalidad de las posibilidades: portales de internet gratuitos, programas de televisión, programas de radio y cuadernillos con materiales.

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Por otro lado, también existe una realidad del lado de los educadores: tanto la organización de las instituciones, sean del ámbito público o privado, como el personal docente mismo, no están suficientemente preparados. Hablamos de la gran mayoría y, por supuesto, sin responsabilizar a los trabajadores de la educación, pero reconociendo una realidad muy extendida.

El ejercicio de la educación a través de plataformas virtuales o medios audiovisuales no es más sencillo que la tradicional, todo lo contrario. La enseñanza y la calidad educativa dependen mucho más de las estrategias pedagógicas de abordaje que de los contenidos. En esta lógica, los docentes han perdido la principal herramienta con la que contaban, que es el contacto humano.

A su vez, la total virtualidad, a la que nadie estaba acostumbrado, introdujo cambios dramáticos en el trabajo de todos aquellos que pueden continuar con sus actividades a través de Internet. El más perjudicial es la ampliación del horario. Al no existir un lugar físico del trabajo que sirva como límite para el mismo, y sumado a la disponibilidad permanente que permite la virtualidad, el resultado es la demanda constante y la necesidad de estar siempre disponible.

A esto puede agregarse, más propiamente en el ámbito de la educación, que como los tiempos ya no están restringidos a los horarios del ciclo lectivo ocurre un desfasaje entre el trabajo docente y el trabajo de los estudiantes. Esto tiende a reforzar la disponibilidad permanente porque los canales de consulta y devolución, vitales para el proceso de enseñanza, son virtuales y por ello también permanentes.

El resultado de todo lo anterior redunda en una triplicación de los esfuerzos que deben realizar los docentes: para planificar en la diversidad según medios materiales de acceso, para aprender nuevas herramientas y adaptarlas al proceso didáctico, y para cumplir con los horarios de clases, consulta, corrección y devolución.

Esto sin contar que, como cualquier otra persona durante la cuarentena, también se deben atender las situaciones personales y domésticas que, en caso de tener familia, han incrementado su demanda de atención significativamente.

Por otra parte, el panorama de opciones que se está teniendo en cuenta para intentar compensar la pérdida del ciclo lectivo no es muy alentadora para los docentes en cuanto significa una prolongación de todas estas condiciones. Ya se sabe que la asistencia a las clases serán una de las últimas actividades en reanudarse, pero también se habla, aunque sin ningún tipo de determinaciones oficiales, de la suspensión del receso invernal.

Teniendo en cuenta el contexto de condiciones laborales de los trabajadores de la educación en donde el salario de un docente promedio es de $29.000 y que, en algunas provincias como Córdoba, a los docentes del sector público se les aplicó un recorte de cerca del 30%, estos son unos de los grupos de trabajadores más afectados.

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A diferencia de los trabajadores de la salud y de las fuerzas de seguridad, cuyo esfuerzo y condiciones, en muchos casos también desfavorables, se han hecho visibles por el rol determinante en la crisis, los docentes permanecen sujetos a un desgaste silencioso por una situación excepcional, pero necesaria.

Cuando las alertas bajen un poco, será oportuno reconocer y revisar las condiciones de quienes trabajan por sostener la educación incluso en la más amenazante adversidad.