Un homicidio. Una reacción. Un discurso único en los medios. Una manifestación popular. Cadena nacional. Todos los micrófonos apuntando a lo mismo. Todos los "analistas" concluyendo lo mismo. La Argentina de los extremos y la Argentina de la linealidad se permiten llevar al infinito el dolor y pedir que regresen los que más dolores causaron. Todo eso a días de las elecciones.

"¡Quiero justicia! ¡Quiero pena de muerte para los chorros! Que me devuelvan a mi hijo".

El llanto desesperado de padre de un muchacho que acaba de morir en manos de la delincuencia.

El caso conmueve al país. Falta menos de una semana para las elecciones. Ocurre en uno de los distritos con mayor carga política.

Se acerca la gente y marchan. Se manifiestan los políticos. Aparecen los canales. Es cadena nacional. Hay necesidad de buscar un responsable por la tragedia. Porque afortunadamente, en una Argentina con casi 120 mil muertos por la pandemia, todavía nos quedan lágrimas para llorar la muerte de un laburante.

Claro que una cosa es llorar, indignarse, pedir justicia. Y otra muy distinta es caranchear en el dolor social y familiar, y buscar sacar un provecho político.

En esto hay que ser muy cuidadosos al opinar. Porque en medio del dolor de una familia no se puede polemizar con las víctimas.

El problema está en los que van, derecho, decididos, a fogonear ese dolor. A introducirse en la llaga. A buscar que salga de la boca del doliente eso mismo que no se animarían a decir ellos. Y lo logran.

"Quiero que vuelvan los militares. Que se encarguen de la seguridad y que saquen a esta manga de delincuentes kirchneristas que pudrieron a toda la juventud", dice el padre de Roberto Sabo, desde lo más profundo de su desesperación, agregando una frase terrible: "¡Voy a cortarle la mano a todos los que voten a esta gente!".

Mirá el video

Ya está. Ahí lo tienen. Lo lograron. Lograron que el doliente más extremo diga desde el precipicio de su tragedia aquello que otros dirían y dicen desde la tranquilidad de una mesa de café.

Al fin y al cabo, quieren eso. Añoran eso. Pero no lo pueden decir. Por eso necesitan de las víctimas. Por eso las celebran. Por eso las azuzan para que den sus testimonios. Porque saben que les rinde.

LA GRAN FREDERIC

Nos preguntábamos por qué este homicidio, habiendo tantos, fue el que concitó tanta atención. Da la sensación de que algunas muertes son más lloradas que otras. No estoy descubriendo nada nuevo. Pero simplemente sucede.

Y por eso el lunes asistimos a esa verdadera cadena nacional de medios. Movileros de todos los canales escarbando en lo más profundo de la naturaleza humana, a días de las elecciones, para lograr ese ansiado efecto de crispar los ánimos y de obtener declaraciones que lleven siempre al mismo punto.

¿Pretendo negar la realidad con esto? De ninguna manera.

¿Pretendo quitarle importancia a la muerte sangrienta del quiosquero? Nada más alejado de la realidad.

¿Pretendo minimizar la situación concreta que se vive en La Matanza y en muchos otros partidos del Conurbano? No, absolutamente no.

Y te lo dejo bien en claro. Y te lo digo sin guardarme ningún concepto: la inseguridad que se vive en esta zona del Gran Buenos Aires es REAL, CONCRETA, PALPABLE y VERDADERA. Como también lo son las causas que la generan.

Y no te hablo sólo de la realidad social, de la falta de laburo y oportunidades, del horizonte sombrío que viven millones de personas en el AMBA. Claro que todo eso es cierto. Claro que la falta de oportunidades favorece la delincuencia. Lo marcan las estadísticas, tanto en Argentina como en el resto del mundo.

Todo eso es real. La "gran Frederic" es real. No es un relato analizar la inseguridad desde las variables sociales. Y está bien que se lo haga.

También es real que la tasa de homicidios en Argentina es la segunda más baja del continente, que es 11 veces más baja que en Venezuela y cinco veces más baja que en Colombia y en Brasil.

El dolor, como forma de hacer política; La política, como forma de generar dolor

TIENE NOMBRE Y APELLIDO

Pero por más que contratemos un batallón de los mejores sociólogos del CONICET que nos analicen qué circunstancias hacen que un pibe termine con un fierro en la mano matando a sangre fría a un quiosquero, hay algo que los científicos nunca nos podrán venir a explicar. Y ese "algo" tiene nombre y se llama CORRUPCIÓN. Y tiene apellido, y ese apellido es SISTÉMICA.

Y eso es lo grave. Porque estamos hablando de un sistema que viene funcionando desde hace años. Un sistema que engloba a políticos, policías, dirigentes sociales y barriales, hampones, narcotraficantes. Es todo un enjambre. Es una organización de pícaros que viven a costa de la gente. Una banda de asquerosos que se encargan de hacer fluir millones y millones de pesos en negro, y con ello compran impunidades, pagan favores, negocian voces y negocian silencios en los medios, arman operaciones, devuelven gentilezas, reciclan figuras, reciben coimas, garantizan contratos, y así todo. Economía circular, como le dicen ahora. Pero en negro, y a costa de la vida y de la tranquilidad de la gente.

Si no terminamos de entender que el delito no crece solo como hongos, sino que se nutre de la CORRUPCIÓN SISTÉMICA, entonces siempre vamos a quedar entrampados, como Frederic, quejándonos de lo aburrida que es Suiza, mientras acá los pibes salen de fierro y matan al primero que se les interponga en su camino delictivo.