La situación de Brasil se ubica en directa oposición con la de Argentina. Mientras en nuestro país los esfuerzos son para que se tome consciencia de la gravedad de la situación y la necesidad de someternos lo más estrictamente posible al aislamiento, en el país vecino el presidente trabaja en minimizar la amenaza y ridiculiza las preocupaciones.

Brasil sorprende y representa un caso único en el mundo por no haber determinado aún la reclusión de sus habitantes, tratándose de un país con más de 210 millones de habitantes y de 8,5 millones de kilómetros cuadrados.

La figura del controvertido presidente, Jair Bolsonaro, empieza a perder el apoyo político de las clases medias y altas que lo llevó al poder en las últimas elecciones. La sociedad parece haberle marcado un límite ante la indiscutible amenaza sanitaria. Tal es así que muchos gobernadores de los estados brasileros cuestionan duramente la inacción del presidente.

“Brasilia, San Pablo y Río están en cuarentena por más que Bolsonaro no haya llamado al aislamiento. El número de muertos está creciendo en más del 30% diario”, Darío Pignotti.

A medida que se agrava la situación a nivel mundial, crece la impaciencia del pueblo y durante los últimos días estallaron los cacerolazos en las principales ciudades.

Mirá la entrevista a Darío Pignotti

En medio de las tensiones, Bolsonaro autorizó un decreto en el que ciertas actividades se caracterizaban como esenciales. Entre ellas, se incluye la actividad en los templos evangélicos. Esta medida va en contra del distanciamiento social necesario para mitigar los contagios y la propagación del virus.

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Los números de infectados por coronavirus en Brasil son bajos, apenas 4.661 casos positivos 165 fallecimientos. Se sospecha las circunstancias particulares que se viven en el país impiden una actualización de datos en tiempo real así como la aplicación sistematizada de políticas de diagnósticos y testeos.