Durante estos días, en Argentina y en todo el mundo, hemos visto al egoísmo individual sobreponerse al bien de la sociedad. Para nosotros, la llamada guerra contra el COVID-19 terminó en el mismo momento en que se decretó el aislamiento obligatorio. Ahí empezó otra lucha, mucho más ardua: contra nosotros mismos.

En uno de sus ensayos menos conocidos, titulado “Nuestro pobre individualismo”, Jorge Luis Borges habla de los argentinos y las formas que tenemos de relacionarnos entre nosotros y con el estado.

Distingue, por un lado, relaciones entre personas, como sería la de cualquiera con un amigo o un compañero de asiento en un colectivo.

Por otro lado, distingue las relaciones que tenemos con ideas abstractas, como estado, nación y sociedad, cosas con las que no podemos compartir un mate o un chiste.

Los argentinos, según Borges, somos muy buenos en las primeras, pero muy malos en las segundas.

Ciertamente, nos vanagloriamos de nuestras amistades y camaradería. Los amigos y la familia son, para nosotros, tesoros en esta vida terrenal.

Por el contrario, se nos hace muy difícil creer y pensar en cosas que son más grandes que uno. La sociedad no se puede ver, no se puede tocar, no la podemos abrazar. No podemos comprender que acciones concretas e individuales tengan efecto en cosas que no tienen forma, peso o tamaño.

Diríamos en criollo, no podemos ver más allá. Nuestra perspectiva es muy corta.

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Sin embargo, no sería aconsejable pecar, nuevamente, de argentinismos. No caigamos en la mala costumbre de pensar que, tanto en las buenas como en las malas, somos un caso único en el mundo. La crisis mundial por la amenaza del coronavirus nos desmiente.

La situación es para todos la misma, hablemos el idioma que hablemos, vivamos a donde vivamos a lo largo de todo el planeta. En algunos países más tarde que en otros, todos terminarán requiriendo una cosa muy puntual de cada uno de nosotros si se quiere evitar un colapso en los sistemas de salud: que no salgamos de nuestras casas para evitar la propagación del virus.

De todos lados del mundo nos llegan imágenes, videos y denuncias de gente que rompe con el aislamiento. No hace falta repetir que cada vez que salimos estamos poniendo en riesgo al resto. Una vez más, es difícil imaginar que salir a caminar puede significar un riesgo para alguien.

El virus nos demuestra que sí: hace poco más de 60 días aparecía el primer caso en China. ¿Hacen falta más pruebas?

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En Argentina también hemos visto el egoísmo individual sobreponerse al cuidado de la sociedad: políticos paseando por la playa, millonarios navegando en yates, gente escondiendo a empleadas domésticas en los baúles de sus autos, colas kilométricas para hacer compras en los supermercados o para ir a pasar la cuarentena en la costa.

Sin embargo, esta vez hay una circunstancia distinta. Eso en lo que a los argentinos nos cuesta creer, el estado, hace unos días se hizo muy presente. Ese a quien le reclamamos constantemente, con o sin razones, se materializó en una simple consigna: quedarse en casa.

El estado impuso una cuarentena. Controla en las calles. Garantizó abastecimiento. Fijó precios de insumos necesarios. Está haciendo hospitales en tiempo récord. Tomó reparos económicos para los más vulnerables: jubilados, beneficiarios de las AUH y monotributistas más bajos. Está repatriando a los argentinos que las empresas dejaron abandonados en otros países.

Frente a esto, no deja de llamarnos la atención la absoluta negligencia y falta de responsabilidad de aquellos que viajaron al exterior y que no cumplieron con los recaudos para evitar hacer de esto el desastre que está siendo. Muchas de esas personas son profesionales: médicos, jueces, ingenieros. La infección sólo podía venir de afuera: de Europa, de Estados Unidos o de Asia.

Después del estado público que tomó la cuestión, el virus sólo puede propagarse ante la irresponsabilidad individual de no cumplir con el aislamiento. Más de 140.000 personas entraron a Argentina durante los últimos 20 días. 25.000 argentinos en el exterior están pidiendo por volver. 30.000 volaron al exterior en los últimos 10 días.

El desinterés de la clase media y alta argentina es otra de las formas en la que se expresa la lucha de clases, esas para las que siempre existen excepciones, las que todo lo arreglan con contactos o dinero, para las que evadir el control del estado es casi una muestra de superioridad moral.

Esta vez no hay excusas para echarle la culpa a nadie más que a nosotros mismos. De alguna manera u otra, el virus pasará como han pasado otras pandemias en la larga historia de la humanidad. Está en nosotros decidir cómo y a qué costo.

En realidad, la llamada guerra contra el COVID-19 terminó en el mismo momento en que se decretó el aislamiento social preventivo y obligatorio. Ahí empezó otra lucha, mucho más ardua: contra el egoísmo individual.